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Buenos Aires, Lunes, 14 de Octubre de 2024 |
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por Ruben Del Grosso ¿Cuántas realidades existen? ¿Pueden coexistir más de una realidad al mismo tiempo? No nos estamos refiriendo al modo en que lo pergeña Jorge Luis Borges en el “Jardín de senderos que se bifurcan”, en donde el autor de Ficciones trata más bien de construir una metáfora con ciertos aspectos metafísicos del tiempo. Tampoco me refiero a la apreciación que hace la física sobre el comportamiento errático de los espines, cuando describe la posibilidad teórica de un aparecer de esa partícula infinitamente pequeña, de dos modos diferentes a un mismo tiempo. A lo que pretendemos apuntar en esta nota es a reflexionar sobre la realidad en tanto cotidianeidad, a esos aspectos de la vida diaria que en nuestra interrelación humana nos afectan a cada rato y operan sobre nuestra existencia, limitándola o expandiéndola según se presente. O mejor dicho: según nos sea presentada. Desde los griegos en adelante, para la filosofía clásica, la realidad siempre fue (apelando a una simplificación que podría parecer exagerada) “la esencia de la existencia” o sea “todo lo que naturalmente es”. Luego, más contemporáneos, allá por los siglos XVII y XVIII devienen racionalistas y empiristas que le dan algunas vueltas al asunto. Finalmente, el gran Immanuel (Kant) en su más importante obra “Crítica de la razón pura” sintetiza la discusión sobre la realidad de una manera impecable, que perdura intacta hasta nuestro tiempo. Dice Kant “la primera interacción debe ser con la experiencia individual” esto quiere decir más o menos lo siguiente (apelando otra vez a una síntesis algo excesiva): para que cualquier cosa pueda ser objetivada en su condición de real hará falta un sujeto, cuya condición de posibilidad complete, a dicha cosa, convirtiéndola así en realidad. Por favor querido lector, no desespere, no deje de seguir esta nota, prometemos ser más claros.
¿Quién, en su sano juicio, podría dudar sobre lo siguiente? – Estoy viendo un objeto con forma de silla, tiene cuatro patas, un asiento, un respaldo, puedo sentarme en ella – entonces – estoy viendo una silla. Esto ni más ni menos es Kant. El objeto silla se convierte en tal cuando un sujeto afirma “esto es una silla”. Volvamos a los griegos, pero esta vez citando a Perón en su fase más aristotélica. Allá por la década del ´50 del siglo pasado el general dijo “la única verdad es la realidad”. La mención de este juicio le serviría al gran estadista creador del partido justicialista para, en más de una ocasión, dejar claro un concepto y situarlo en lo indiscutible toda vez que, como emergente de la realidad, por simple analogía, se convertiría en verdad. De la misma forma, por oposición, una verdad taxativa, irrefutable o eminentemente evidente, en tanto tal, pasaría a formar parte de la realidad de manera indiscutible. Lo que no pudo prever Perón es que años después, los medios de comunicación, fundamentalmente los audiovisuales, echarían por tierra esa sentencia y cambiarían para siempre la manera en que la masa ciudadana percibe la realidad y que estos medios pasarían a ser en adelante los más destacados artífices del imaginario social y, hasta en muchos casos, terminarían constituyéndose, en los únicos propietarios de la verdad. En aquella misma década del siglo XX, un eminente filósofo canadiense, Marshall McLuhan, a quien entre otras cosas muchos consideran el primer pensador que utilizó el término “globalización”, acuñó una frase que aún en nuestros días invariablemente repetimos cuando nos referimos al poder que los medios de comunicación electrónicos tienen en tanto constructores, responsables y propaladores de información: “el medio es el mensaje”. Esta simple advertencia que servía para analizar los avances de la técnica destinada a los medios de comunicación y a cómo la aplicación de esos cambios tecnológicos influiría en las relaciones de poder y en la instalación de nuevas hegemonías mediáticas es hoy una realidad en pleno desarrollo. A tal punto que dicha hegemonía mediática en un mundo globalizado, donde la estructuración de poder es eminentemente piramidal, puede ser y es, en muchos casos, parte constitutiva de enormes corporaciones que para llevar a cabo sus objetivos de lucro necesitan de una permanente instalación de sentido, cuyo matiz esencial sea estrictamente funcional a sus intereses. Cada día más advertimos que los medios masivos de comunicación se enseñorean sobre la ciudadanía y se convierten en una especie de arcángeles de la verdad. El poder de la televisión ha alcanzado en nuestros días una envergadura semejante que, tal como lo advertía McLuhan, logra constituirse permanentemente en el verdadero mensaje. Cientos y cientos de noticieros pueden repetir hasta el hartazgo un determinado acontecimiento, pueden mostrar parcialmente los pormenores del mismo, pueden aventurar una opinión temeraria, imprudente y hasta maliciosa en algunos casos y culminar instalándolo como verdadero. Muchas veces, pasado un tiempo, la realidad se encarga de desmentirlos, sin embargo, perdura cierto daño social, cierta inopinada malicia impuesta sobre un hecho o situación que no hay manera de revertir, ni siquiera a través de los mismos actores que instalaron la falsa verdad como realidad mediática. Muchos medios se corporativizan para defender y apoyar intereses de parte, cuando esa intención es lícita, no constituye una perversión y mucho menos un delito. Sin embargo y nos referimos fundamentalmente a la televisión, con su actitud obscena frente a la narración de la realidad alcanza parámetros inusitados, a un punto que convierten en nada aquella emisión, que hiciera en su programa de la Columbia Broadcasting System (CBS) el inolvidable Orson Welles, “La guerra de los mundos”, donde un impresionadísimo locutor en el estudio de la radio recibía de un no menos azorado reportero la descripción de la invasión marciana: “Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado… ¡esperen un minuto! Alguien está avanzando desde el fondo del hoyo. Alguien. … o algo. Puedo ver escudriñando desde ese hoyo negro dos discos luminosos… ¿son ojos? Puede que sea una cara. Puede que sea… Esta transmisión que el extraordinario Welles realizó en 1938 duró algo menos de una hora y que haya sido tomada por muchas personas como real deberá ser analizado desde el campo de la sociología o de la psicología social como un hecho de psicosis colectiva del pueblo norteamericano de ese entonces. Pero en ningún momento, los responsables de la transmisión quisieron estafar a los oyentes, dado que el programa en sí trataba de una ficción y en ningún momento se ocultó este hecho. En cambio, hoy prendemos el televisor y asistimos permanentemente a la presencia de comunicadores que con su mejor cara de expertos se convierten ellos mismos en la noticia. Ficcionan del mismo modo que lo haría una telenovela, con el agravante de estar trasmitiéndole a la audiencia una realidad que obedece a intereses a los que ellos mismos pertenecen. Así, muchos periodistas, entrevistadores o columnistas de noticieros y de programas de actualidad se convierten en operadores políticos o en defensores de algunas estructuras del poder económico dominante y para conseguirlo construyen una realidad propia, que de tanto y tan fuertemente expresada podría, sin ningún problema, hacernos creer que nos están invadiendo los marcianos. Esto no es ni más ni menos que lo contrario de lo que hace más de doscientos años nos enseñaba Kant: la construcción de un discurso pretendidamente objetivo, que mediante una imposición cultural termina anulando al sujeto y por consiguiente, como resultado inminente a esta actitud obscena, resulta ser también, cercenadora de la libertad individual. Por supuesto no es en todos los casos igual. Hay muchísimos periodistas y trabajadores de prensa que hacen su trabajo muy decentemente y que con mucha honestidad tratan de transmitir día a día lo que desde su punto de vista constituye la realidad y de romper o al menos penetrar la hegemonía mediática del poder dominante. Ignacio Ramonet, periodista a cargo de la publicación en español de Le monde dipolmatique, habla de un quinto poder, constituido por aquellos periodistas o medios de prensa no obsecuentes que ponen en tela de juicio al poder dominante, al que por supuesto molestan mucho. También el Estado, como en el caso de Argentina, es un factor importantísimo en este asunto. La promulgación de la Ley de telecomunicaciones y contenidos audiovisuales, comúnmente llamada Ley de medios, es un paso hacia delante muy grande. Pero como es de esperar, es fenomenalmente resistida por las corporaciones mediáticas del poder, que en su inagotable ostentación de fuerza llegan hasta el colmo de poner de su parte a representantes algo escabrosos, de la justicia. Pero fundamentalmente es otro el foco de la resistencia. Y no está ni en uno ni en otro de los sectores mediáticos. Es que aquella aparente desaparición del sujeto de la que hablábamos antes es sólo eso, aparente. La de ciudadano virtuoso es una categoría que crece de manera exponencial respecto al intento de destitución que el poder quiere inflingirle. Resultados electorales, movimientos políticos, procesos sociales, protestas estudiantiles, artistas, intelectuales, organizaciones obreras. En América Latina, en Europa, en Asia, en África, así lo demuestran. Sufrimos recaídas, por supuesto, porque todavía son muchos, muy poderosos y cuentan con inagotables recursos. Pero como diría un viejo revolucionario setentista, que por pasado de moda hoy resultaría inofensivo: No pasarán. |