Buenos Aires | Miércoles, 13 de noviembre de 2024

Recuerdos del Centenario

En mayo de 1910, al cumplirse cien años de la Revolución de Mayo, uno de los dos proyectos antagónicos, que desde el origen signaron nuestra historia, se había consolidado.

 

La patria soñada por los revolucionarios que en 1810 habían peleado contra el absolutismo monárquico,  inspirados en los ideales democráticos de los carbonarios que tomaron La Bastilla, como Moreno, Castelli, Belgrano, French, Monteagudo, San Martín, había quedado sepultada bajo el fuego de los cañones y las bayonetas.

 

Los levantamientos del interior encabezados por los caudillos como el Chacho Peñaloza, Facundo Quiroga, Felipe Varela, José de Artigas, Manuel Dorrego o Miguel de Güemes, fueron aplastados salvajemente y olvidados por la historia.

 

La Ley de Aduanas que en un acto de autonomía había sostenido Rosas durante su gobierno, así como la política de soberanía que se expresó en el rechazo a los intentos de navegación de nuestros ríos por parte de la flota anglo francesa en la vuelta de obligado eran cosa del pasado.

 

La guerra de la Triple Infamia –la Guerra al Paraguay llamada de la Triple Alianza-, que le ponía fin a una experiencia de verdadero ejemplo para la emancipación  americana, y la derrota de Urquiza, vencido en Pavón, consolidan el ascenso del Mitrismo, que subordina los intereses de la nación al proyecto de la oligarquía terrateniente, aliada de los intereses británicos.

 

La Patria Grande Latinoamericana se esfumaba tras la guerra fraticida, mientras se imponía el “librecambio” que tan vehemente había proclamado Rivadavia que hubiera festejado exultante en esta argentina “de” y “para” pocos, que se preparaba para recibir con fastuosas fiestas a Su Majestad la Reina de Inglaterra, invitada de honor a los festejos centenarios.

 

Claro, se festejaban los sucesos por los que el Río de La Plata dejaba de ser súbdito de la Corona de España… ¿para empezar a serlo del Reino Unido?

 

La “barbarie” heredada de la América india, mestiza, le daba paso al “progreso” tan proclamado por Sarmiento, materializado en el ingreso de los productos elaborados por la industria inglesa de la mano de los ideales de la “libertad de comercio”, que abría las puertas de la nación al mundo de la “civilización”.

 

En 1910, otros son los apellidos que llenaban las crónicas de esos días: Martínez de Hoz, Alzaga, Anchorena, Mitre, Gainza, Lezama, Alvear, Peralta Ramos. Crónicas que se empeñaban ahora no en describir las luchas heroicas de nuestros paisanos por conquistar la libertad, la igualdad, la soberanía sino en contarnos las fabulosas “festicholas” de la aristocracia criolla, que apropiándose de una renta diferencial extraordinaria no vacilaba en dilapidar fortunas “tirando manteca al techo”, como se solía decir.

Ya sea en los castillos que construían en sus propias fincas, a imagen y semejanza de los europeos. O los que adquiridos directamente allende los mares en pos de su quimera por un escenario sempiterno.

 

Los trabajadores, muchos de ellos inmigrantes extranjeros con experiencia de lucha por sus derechos, con ideales revolucionarios, socialistas y hasta anarquistas preparaban una huelga para repudiar la Ley de Residencia. Ley que habilitaba a sus patrones a reportarlos en caso de intentar rebelarse contra la explotación impuesta por el régimen oligárquico. El “estado de sitio” fue la respuesta que preanunciaba la represión, con que una vez más se ahogarían los gritos de libertad y justicia. Su Majestad no merecía un momento desagradable.

 

Los ferrocarriles construidos en forma de abanico hacia el puerto de Buenos Aires, con el país pacificado a fuerza de sangre de gaucho derramada para lo que no se había ahorrado esfuerzo, como pedía Don Faustino, garantizaban la salida de nuestros productos agroganaderos a las ciudades europeas, sobre todo inglesas. Además, constituían un medio de penetración de los productos manufacturados en el extranjero, que ahora “libremente” podían fluir hacia el interior del país, otrora rebelde. Pero aquella Argentina añorada por Macri, Biolcati y tantos otros, inesperada pero inexorablemente, cambió.

 

El Bicentenario se festejó con millones de personas en la calle, quizás la movilización más importante de la historia. Para beneplácito de los verdaderos héroes de la Patria, los derrotados, los olvidados, los deformados por una historia mendaz e indigna como sus autores, ahora reivindicados por esta historia, la otra. La historia que empezamos a transitar.

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